Los censores chinos han decidido prohibir los viajes en el tiempo. Y no porque teman que algún científico listillo ponga patas arriba las leyes de la física y convenza a Mao para que se convierta al neoliberalismo. No. Lo que pasa es que, según los dirigentes chinos, en las producciones audiovisuales “se está haciendo un tratamiento frívolo de la Historia”. Además, según el comunicado de prensa en el que se ha dado a conocer la noticia, “estas historias inventan mitos, son absurdas, e incluso promueven el feudalismo, la superstición, el fatalismo, y la reencarnación”.
Que la censura audiovisual china tiene la manga muy estrecha no es noticia. Corta de raíz cualquier comentario político que pueda interpretarse como crítica, cuida que la sensualidad no cambie la segunda ese por una equis, vela porque no se refleje en la pantalla el neocapitalismo que se ha apoderado del país, e incluso elimina los anglicismos del lenguaje de los telediarios. Todo ello forma parte de su cruzada abiertamente reconocida contra la vulgaridad y la pornografía, y por la velada e incesante lucha contra cualquier elemento que ponga en solfa la política del Partido Comunista.
Que los chinos están muy orgullosos de sus 5.000 gloriosos años de Historia, tampoco es nada nuevo. Basta con un rápido zapeo por los 60 canales en abierto del país para encontrarse con mandarines de coletas que se pisan al andar, concubinas celosas y aguerridos guerreros cuya bravura desatan melodramáticas historias de amor imposible. En la gran pantalla las reconstrucciones históricas son sinónimo de taquillazo, salvo que detrás estén los intereses del Gobierno, como sucedió el año pasado con el biopic de Confucio, filósofo cuyas enseñanzas quiere recuperar el país para desterrar el individualismo que ha traído la apertura al mundo.
Pero, ahora, ambos elementos se han unido y podrían cambiar por completo la configuración del panorama audiovisual chino. Así que las series de televisión y las películas que recurrían al estilo Michael J. Fox para saltar entre el ayer y el mañana tendrán que cambiar de guión. Claro que, de momento, esta curiosa medida sólo afecta a los viajes que van al pasado. Imaginarse el futuro todavía está permitido. Pero eso, en China, no tiene tanto tirón. O quizá es que no hay presupuesto.
Sea como fuere, lo cierto es que los chinos se están cansando de tanta prohibición, y en este caso es evidente que va contra la serie Palacio, que triunfa en la televisión provincial de Hunan. He aquí el trailer:
“La serie es una tontería, de acuerdo, pero de ahí a que se prohíba hay un trecho”, se queja Wang Yuan, una joven de Shanghái. “Si al final todo lo que no le gusta el Gobierno se prohíbe, ¿qué vamos a poder ver? ¿Solo series épicas sobre la revolución?”, bromea con sarcasmo políticamente incorrecto. Sin duda, al Gobierno eso es lo que le gustaría, y en el canal CCTV7, dedicado al Ejército, no faltan.
Pero China vive un boom de la industria audiovisual que va desde el cine de autor de sesudos directores como Wang Xiaoshuai, hasta superproducciones que atraen incluso a estrellas de Hollywood. Como Inseparable, que se estrenará en breve con Kevin Spacey al frente de un reparto bicultural. O como la película que Christian Bale rueda a las órdenes de otro de los grandes de la quinta generación de cineastas chinos, Zhang Yimou. La pasta ahora está en China, y los censores van a tener muy difícil controlar todo lo que allí se produce.